lunes, 27 de agosto de 2012

PADRE JULIAN HERRANZ MONJAS


Natural de Segovia, España. Vino muy joven al Perú. Era delgado y ágil para todo. De él se cuentan muchas anécdotas.
 Cuando estaba trabajando en Yauyos, animó a los pobladores a construir una carretera alterna -por la otra parte del río para entrar a la ciudad-, ya que en invierno los huaicos dejaban inservible la única vía. Al comienzo todos apoyaban, pero al final se quedó casi solo y comentaba que “esa carretera la comenzó por amor a Dios y a los hombres, pero luego –al ver que no le ayudaban-, continúo la construcción por amor a Dios y al final, la acabó sólo por amor propio.
En una ocasión se subió a lo alto de un árbol, donde nadie suele subir y colocó un altavoz. El párroco que le sucedió no sabía cómo subir para arreglar dicho parlante, y se lo comentó. El P. Julián dijo que en cuanto pudiera lo arreglaba. Caminó, por los cerros, 12 horas, desde Quinches a Yauyos. Llegó, subió al árbol, bajó el altavoz e inmediatamente se regresó a su parroquia quinchina, volviendo sus otras 12 horas caminando.
 En Quinches animó a construir la carretera, desde Huacta hasta la sede parroquial. Se levantaba de madrugada, hacía la media hora de oración, rezaba su breviario, celebraba la Santa Misa y después del desayuno iba a trabajar con todo el pueblo en la carretera. Los quinchinos pensaban que se iba a cansar pronto, que ese trabajo no era para curas, pero les demostró que trabajaba de sol a sol. Era el que hacía el trabajo a conciencia y con ánimo alegre. Se ganó la confianza de sus queridos feligreses.
Un día de febrero, tiempo de lluvia, quedó para una reunión a 5pm con los pobladores de Cochas. Ellos dudaban de que el padrecito llegaría. Desde Quinches se puede ir por el camino plano y más largo, o bajar a la quebrada y luego subir. Ese día había lluvia, y los cochanos pensaron que no iba a estar presente el P. Julián en la reunión. Sin embargo, a las 5 en punto, estuvo allí. Claro que estaba empapado de agua y con algún barro en el pantalón ya que se había resbalado en algunas partes del camino. Pero llegó y cumplió su palabra.
Era el rey de la motocicleta. En una ocasión hizo una competencia con el P. Carlos González para ver quien llegaba primero desde Omas a Mala. En una parte de la vía, la carretera estaba interrumpida por un huaico que se había llevado el puente. Solo había una tabla estrecha que hacía de puente. Había que bajar hasta la quebrada para pasar con tranquilidad. Así lo hizo el P. Carlos, que iba primero. Cuando llegó al otro lado se puso a esperar al P. Julián, quien demoraba en llegar. Al cabo de bastante tiempo apareció una moto desde abajo. Era el P. Julián que estaba preocupado por el P. Carlos que ya no lo veía por la carretera. Y, es que el P. Julián había pasado con su moto por encima de la tabla, por donde solamente podían pasar los malabaristas.
En la parroquia de Mala era muy querido porque llegaba a todo. Le conocí allí, con sus 60 y más años encima. En una ocasión se malogró una lámpara del techo de la Iglesia, a la cual no se podía llegar porque estaba muy alta. El puso una mesa, luego una silla, después una pequeña banca y luego un taburete, y tambaleándose en el aire, arregló la lámpara.
Después de una Misa dominical de 7.30 de la noche se echó en una perezosa para descansar un poco después de un día llenó de trabajo, mientras esperaba que llegaran sus vicarios para cenar con ellos. Le avisaron que uno de sus vicarios se le había malogrado la moto por Coayllo y que se iba a demorar mucho. Inmediatamente, se puso su casco y tomo su motocicleta y salió en busca del susodicho presbítero para poder cenar juntos.
En otra ocasión llegó a la 3 de la tarde a sus clases de Teología Moral con algunos estudiantes del Seminario Mayor que funcionaba en Mala. Llegó tiritando de frío. Había venido en moto desde Viscas, en una tarde fría. Le dieron un café caliente antes de la clase, y continuaron.
En otras oportunidades íbamos temprano a la Iglesia para hacer la oración de la mañana. El nos habría la puerta de la Iglesia y, con mucha agilidad, si veía papeles en el piso del templo los recogía. En sus homilías, a veces, solía transportar el atril de pie de un lado del altar hasta el otro lado; en una ocasión la parte de arriba del atril se quedó sin pedestal y no se dio cuenta hasta que llegó al otro extremo.
Como la parroquia tenía muchas Misas, cuando llegaba algún sacerdote de visita le revestía para que le ayudase con alguna celebración; algunas veces, aunque él ya había iniciado la Misa, le llamaba y le cambiaba. Para recitar la plegaría eucarística, tomaba aire y luego recitaba el texto de modo rápido hasta que se le acababa el aire; otra vez, tomaba aire y seguía rezando hasta que perdía todo el aire.
Usaba el libro Antología de Textos para su predicación en las meditaciones, y nos decía que era un buen libro para la predicación y para la oración. Cuando nos predicaba en el oratorio del Seminario, en el tiempo de cuaresma, a veces, caminaba con dificultad como llevando algo que le hacía doler el cuerpo. También era un misionero nato. Con otros sacerdotes se dedicaron a las Misiones en la prelatura.
Cuando dos seminaristas quisieron con buena voluntad arreglar el grifo del baño y no lo pudieron hacer después de dos días, les dijo que tenían que ser más humildes y llamar a un gasfitero. Venía algunas veces a jugar frontón a la canchita del Seminario Mayor, o también a jugar pin pon.
El padre Julián murió en su ley. Como era muy dinámico, sin vértigo y dispuesto a todo, a sus 70 y tantos años en una parroquia de Segovia, puso un andamio alto para arreglar una lámpara del techo, pero perdió el equilibrio y cayó de cabeza rompiendo el piso de madera. Ahora, en el cielo estará yendo de un lugar para otro haciendo mil arreglos y favores.
P. Leoncio Cordova

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