Ser catequista es despertar cada mañana con los oídos atentos a la Palabra y los ojos en la realidad.
Es dejar penetrar la luz y la fuerza del Espíritu para reflejarlas en nuestra mirada y demostrarlas en nuestra actividad.
Es mirar los hechos y las personas con los anteojos de la fe, la esperanza y la caridad.
Es vivir gozoso de haber sido elegido, convocado y enviado a sembrar la Palabra de Dios.
Es sentir como Jesús sentía, conmovernos y comprometernos con la necesidad del otro.
Es ser consciente de formar una familia, con los que estuvieron antes, con los que están hoy, los de acá cerca y los de más allá.
Es ser arcilla fresca y moldeable a la voluntad del Padre, que otro Cristo nos hará.
Es aceptar los desafíos, porque imposibles no hay cuando la presencia de Dios se puede palpar.
Es vivir ya, la alegría de que vamos a resucitar, porque Cristo ya lo hizo y esperándonos está.
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