Alfa y Omega
Faltan pocos d铆as para que Madrid acoja a centenares de miles de j贸venes. El Prelado del Opus Dei recuerda lo que esa ciudad supuso para San Josemar铆a: un lugar de conversi贸n y encuentro con la voluntad de Dios.
Saulo de Tarso, lleno de celo por la ley de Mois茅s, llevaba cartas expedidas por la autoridad m谩s alta del juda铆smo, destinadas a las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusal茅n a cuantos encontrara, hombres y mujeres, seguidores del Camino. El Se帽or, sin embargo, no se lo permiti贸. Cuando ya estaba cerca de la ciudad, una luz intens铆sima lo derrib贸 al suelo y oy贸 una voz que le dec铆a: Saulo, Saulo, ¿por qu茅 me persigues? El joven respondi贸: ¿Qui茅n eres t煤, Se帽or? Y la voz le dijo: Yo soy Jes煤s, a quien t煤 persigues.
Todo ocurri贸 en un instante, en el camino de Damasco. Desde entonces, este nombre —Damasco— es sin贸nimo de conversi贸n, de apertura a la gracia de Dios. Desde aquel momento, Saulo el perseguidor, con la ayuda de un cristiano piadoso de Damasco, Anan铆as, se convirti贸 en el ap贸stol Pablo. Dijo que s铆 al Se帽or, libremente, y fue hasta la muerte —con una lucha generosa, alegre— un fiel disc铆pulo y evangelizador de Jesucristo.
De alguna manera, se podr铆a decir que cada JMJ es, para muchas y muchos j贸venes, la ocasi贸n de revivir el episodio de Damasco. El Se帽or Jes煤s, por boca de su Vicario en la tierra, Benedicto XVI, dirigir谩 su palabra a quienes le escuchen y provocar谩 —en quienes le oigan bien dispuestos— una nueva conversi贸n, un cambio quiz谩 profundo en su existencia.
De esa palabra acogida con fe, pueden nacer millares de decisiones de b煤squeda de Jesucristo, sin cambiar de estado —en la vida matrimonial, en el celibato apost贸lico—, abrazando el sacerdocio o la vida religiosa.
El Se帽or llama a muchos, a todos, a la plenitud de la vida cristiana, por muy diversos caminos. Pero se precisa —como en el caso de san Pablo— un coraz贸n abierto a Dios y a los hermanos, que se adquiere y se profundiza con la ayuda de la catequesis y tambi茅n con la colaboraci贸n de otras personas que, como Anan铆as, pueden facilitar que la palabra del Vicario de Cristo arraigue en el alma.
Cada santo, canonizado o no, ha tenido su Damasco, su momento de conversi贸n radical a Dios. Quiz谩 no fue tan vistoso como el de san Pablo, pero fue igualmente eficaz. Quiz谩 se trat贸 sencillamente de pasar de la indiferencia al don de s铆 mismo. De una vida que consist铆a en recibir, a otra que es tambi茅n dar, que va acompa帽ada de una felicidad profunda, tan diferente de la que ofrecen las satisfacciones materiales.
He tenido la suerte de vivir muchos a帽os al lado de un santo que, lleno de convicci贸n, aseguraba: «Madrid ha sido mi Damasco, porque aqu铆 se han ca铆do las escamas de los ojos de mi alma y aqu铆 he recibido mi misi贸n». Me refiero a san Josemar铆a Escriv谩 de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Aunque nacido y criado en tierra aragonesa, fue en Madrid donde el Se帽or le mostr贸 la tarea que le hab铆a asignado desde la eternidad: ense帽ar a todos los cristianos que la existencia ordinaria —entretejida de horas de trabajo bien hecho, de dedicaci贸n a la familia y a los amigos, de inter茅s por el bien com煤n de la sociedad— pod铆a y deb铆a ser un verdadero camino de santificaci贸n.
Durante muchos a帽os, presintiendo que el Se帽or quer铆a algo de su vida, pero sin saber qu茅, el joven Josemar铆a se dirigi贸 a Dios con unas palabras tomadas del Evangelio: Domine, ut videam; las mismas que un ciego dirigi贸 a Jes煤s que pasaba por el camino de Jeric贸: Se帽or, ¡que vea! Esa luz se hizo realidad en su alma el 2 de octubre de 1928, precisamente en esta ciudad de Madrid.
Aqu铆 desarroll贸 un servicio generoso entre todo tipo de personas, entre los enfermos de los hospitales y entre las gentes m谩s necesitadas de las barriadas extremas. Bien pronto se rode贸 tambi茅n de un grupo de j贸venes a los que contagi贸 su entusiasmo sobrenatural y humano, ense帽谩ndoles a santificar el estudio, el trabajo y todas las realidades de la vida cotidiana.
Muchas personas han tenido su Damasco en Madrid, tierra de santos, de m谩rtires y de cristianos normales que procuran imitar a Jesucristo en la vida ordinaria. Por unos d铆as, esta ciudad se convertir谩 en la capital mundial de la juventud.
Sobre todo, va a ser la ciudad de Pedro. Benedicto XVI nos gu铆a y nos lleva hacia el Modelo de todos los santos, hacia Cristo. Le damos la m谩s calurosa bienvenida, rezamos por los frutos de su Viaje pastoral y pedimos, sobre todo, que muchas chicas y muchos muchachos se sientan personalmente interpelados por sus palabras y experimenten en esas jornadas su Damasco: un encuentro personal m谩s intenso con Jesucristo, que cambie y mejore su existencia.
Dec铆a el Papa, al comenzar su pontificado: «Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada —absolutamente nada— de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! S贸lo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. S贸lo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condici贸n humana. S贸lo con esta amistad experimentamos lo que es bello y le que nos libera».
Hemos de estar plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en nosotros, sino que lleva todo a la perfecci贸n para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvaci贸n del mundo.
Recurro a la intercesi贸n de san Josemar铆a, tan estrechamente ligado a esta ciudad, y al Beato Juan Pablo II, inspirador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Que ellos nos alcancen del Se帽or, por intercesi贸n de la Virgen de la Almudena, una lluvia de gracias en estos d铆as.
Que la JMJ de Madrid sea la Damasco de muchos j贸venes dispuestos a dejarse la vida por Cristo y por los dem谩s, siendo testimonios cre铆bles y vibrantes de ese Evangelio —siempre antiguo y siempre nuevo— que el mundo actual, nuestro mundo, necesita con urgencia.
Mons. Javier Echevarr铆a, Prelado del Opus Dei
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